martes, 26 de enero de 2016

Arantza Díaz, continúa hospitalizada.

Foto. Arantza el 8 de enero, a su llegada a Gasteiz.
Arantza Díaz, continuará hospitalizada

Arantza Díaz Villar, que salió de la prisión de Villena (Alacant) el 18 de diciembre de 2015, en una libertad condicional por enfermedad grave que aún no ha podido casi ni tocar, sigue hospitalizada en muy lenta evolución.
Tras los ingresos hospitalarios en Alicante del 20 al 30 de diciembre y del 31 de diciembre al 8 de enero, tuvo que ser de nuevo ingresada por urgencias en un hospital de Vitoria-Gasteiz el 11 a la noche, y operada quirúrgicamente el 15 y de nuevo el 18 de enero de serios problemas intestinales. Tras la estancia en UVI y semi uvi hasta el viernes 22, su recuperación va progresiva pero muy lentamente. Sus intestinos, tras la quimio cuando desarrolló los cánceres y ya tantas operaciones -6 en breves meses- no soportan de momento alimento alguno, y los “tiene bastante dañados”. La hospitalización sigue siendo necesaria, parece por unas semanas todavía. Está acompañada todo el día por su grupo de amigxs y solidarixs.

Gracias! de nuestra parte.

Foto. Filas de presos rapados y formados.
Memoria histórica de dolor y muerte

Esclavos por la patria
La explotación de los presos durante el franquismo

(Del libro de Isaías Lafuente, 2002)

Eran más malos que la tiña, tan crueles como su jefe Franco

Trabajaban durante horas y a veces al regresar a los campamentos eran obsequiados con un castigo añadido. Tario Rubio recuerda las actitudes del cabo Evaristo que en los meses de verano, frecuentemente, decidía prolongar la dura jornada de trabajó de los presos: «En verano, como el día alargaba, Evaristo disponía una hora de instrucción complementaria hasta el agotamiento. Y a cualquier hora del día, en el mismo tajo, nos mandaba hacer ruedas a paso ligero.»

En ocasiones los carceleros empleaban métodos semejantes como represalia por la fuga de algún penado. Pedro Gómez González, trabajador preso en el batallón disciplinario que construyó el aeropuerto coruñés de Labacolla, asegura que cuando se escapaba algún compañero les castigaban haciendo la instrucción después del trabajo. José López García se queja de las ruedas a paso ligero que como castigo les obligaban a hacer, durante horas, en su batallón africano; mientras los escoltas les pegaban indiscriminadamente con unos vergajos. Y todo por la menor tontería. Algún castigo fue tan duro que se le ha quedado grabado con todo pormenor: «El 3 de marzo de 1942 nos tuvieron así desde las seis hasta las doce de la mañana, corriendo, pegándonos, porque alguien le había robado la maleta a un oficial. Pegaban unas palizas enormes. El castigo, que nunca se me olvidará, no terminó hasta que apareció el culpable, al que más tarde fusilaron.»

Román Barrenechea, (en 2002) con noventa y un años, preso forzado en uno de los primeros batallones de trabajadores que configuró el Ejército de Franco, el número 3, para cavar trincheras en el frente de Madrid, recuerda que en una ocasión, aunque las jornadas habituales podían ser de doce o catorce horas, les hicieron trabajar día y noche, sin descanso, durante dos días seguidos. “Al tercer día yo le dije al capitán que no podía seguir cavando, quehliciera conmigo lo que quisiera, que me fusilase, pero que mi cuerpo no daba para más.»

José Cortés afirma que en la colonia penitenciaria de El Dueso el castigo «por la cosa más elemental» consistía en que «te ponían un saco terrero de 50 kilos a las espaldas, con alambres, y se introducía en las carnes... Con ese saco terrero tenías que trabajar, con ese saco terrero tenías que comer... Entonces (al morir) te sepultaban en esa fosa, en esa fosa que tú habías cavado de antemano. Y entonces te quitaban el saco terrero [para ponérselo a otro] porque el saco terrero tenía más valor, mucho más valor que una vida». Manuel Calvo habla de una crueldad semejante en el batallón de trabajadores número 68 que trabajaba en Guadalajara, donde un alférez castigaba a los presos haciéndoles trabajar y dormir con un saco de arena a las espaldas, durante varios días, sólo «por llegar un poco tarde a la cola de la comida».
Foto. (2 presos republicanos a pico y pala)

Jesús Cantelar, que trabajó en el destacamento de Buitrago de Lozoya, en la construcción del embalse de Riosequillo, recuerda: «En Buitrago era de miedo, algo parecido a un campo de trabajos forzados. Al tío que intentaba escalar una alambrada... Se dieron casos, es que teníamos allí una represión bastante grande. Las fuerzas de vigilancia eran de la Guardia Civil. ¿Si se dieron casos de fugas? Se dieron casos de fugas y de bastante castigo. ¿De muertes? Sí, de bastante castigo. Le daban una paliza un poco seria, lo traían a la prisión y no volvía.»

José Custodio Serrano recuerda el espectáculo sangriento que montó el jefe de la colonia penitenciaria del Canal del Bajo Guadalquivir tras la huida de varios presos. Dos fueron detenidos: uno murió víctima de los golpes que le propinaron en la cárcel de Sevilla tras ser localizado, el otro fue fusilado en el mismo campamento en presencia de todos los presos que trabajaban en la obra del canal.

Los malos tratos no fueron infrecuentes y se prolongaron en el tiempo. En 1944, el director general de Prisiones tiene que enviar dos circulares reservadas a los directores de las cárceles para que eviten los malos tratos a los presos. Una orden contra el mal que suponía el reconocimiento implícito de que el mal existía.

Pero si duro era el castigo físico más aún lo era el moral.
Tario Rubio recuerda cómo «en Aranda de Duero, un guardia civil al que apodábamos El conejo, que era más malo que la tiña, andaba todo el día de arriba abajo para que nos tuviéramos que levantar y saludarlo brazo en alto. Un día, un prisionero nuevo, por inercia, le saludó puño en alto. Él lo miró, se rió con sonrisa de conejo –de ahí el apodo que le pusimos-, y le dio una somanta terrible. Luego mandó cortar una tabla en la carpintería y se la hizo atar en el brazo estirado durante una semana, para que no se le olvidara el saludo».

En muchos campos por todo sanitario contaban con una letrina excavada en la tierra sobre la que se ponía una fina tabla de madera sobre la cual los trabajadores forzados, en posiciones inverosímiles, tenían que defecar. La tabla tenía un doble uso pues servía también como elemento de degradación moral con el que los mandos del campo disfrutaban a su estilo. Laia Berenguer recuerda las peripecias de su marido, Josep Rodés: «Les hacían cruzarlo como política de destrucción moral y quien resbalaba se caía; los mandos se reían mucho y le prohibían lavarse.»”

Pantallazo tema. Nyto recitando.
Música combativa

NYTO - NO ES POSIBLE (POEMA M.P.M.) || POESÍA INSURGENTE
 

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