martes, 14 de abril de 2015

Cómo funcionó la transición, según un General y espía. Y cómo lo desmonta Juanma Olarieta.

Montaje. (Sobre la foto de Franco y Juan Carlos "Patrocinan... CIA, BND, Generalato, RTVE...")
Un General confiesa que la Transición fue diseñada por la CIA y la banca alemana

De Canarias Semanal
Que la llamada "Transición democrática" fue una operación política montada por la oligarquía española y los Servicios de Inteligencia estadounidenses y alemanes es hoy un hecho incontestable, que pocos historiadores serios se atreven a poner en duda.
Durante décadas, sin embargo, la auténtica naturaleza de esa "Transición" fue ocultada al conocimiento público. Pese a los abrumadores testimonios que proporcionaba la realidad, la historiografía oficial se encargó de presentar a los protagonistas que la gestionaron como héroes generosos que lucharon denodadamente por devolver a su pueblo las libertades perdidas 40 años atrás. La verdad histórica, no obstante, fue abriéndose paso desde abajo, a contracorriente y contra la resistencia denodada de los cronistas cortesanos que, por cierto, no eran ni son todos de derechas.
El tiempo, como si de una implacable y lenta rueda de molino se tratara, ha ido pasando por la piedra a los personajes de aquellos momentos y poniéndolos a cada uno en el lugar que les corresponde. El heredero del dictador, Juan Carlos I, en el que el autócrata hiciera recaer todos sus poderes, fue convertido por la hagiografía oficial en una suerte de príncipe encantado, dechado de sobrevenidas virtudes democráticas y protagonista único del advenimiento de las libertades formales a este país. El paso de los años, empero, puso en evidencia que, como todos los borbones que lo precedieron, fue tan solo un simple crápula que terminó convirtiendo el palacio de La Zarzuela en una suerte de zoco mercantil de voluminosas comisiones y canonjías. La historia de este siglo XXI solo podrá decir de él que fue un bribón desvergonzado que se vio obligado a dimitir por las presiones de las mismas clases sociales que lo auparon al trono.
Otro tanto de lo mismo sucedió con el resto de los personajes que participaron en aquel ingenio político transicional, que pretendió ofrecerse al mundo como ejemplo de cómo había que salir de una dictadura impuesta por las clases dominantes, para pasar a una "democracia" formal instaurada también por las mismas clases sociales.
El relato histórico sobre aquella farsa, a la que el "consenso" entre las organizaciones de la izquierda y derecha convino en llamar "transición democrática", ha acumulado en el curso de los últimos años una importante bibliografía. Entre estas valiosas aportaciones se encuentran los libros de Joan Garcés, "Soberanos e intervenidos", y Alfredo Grimaldos, "Claves de la Transición 1973-1986). En ambos casos, las obras son el resultado de rigurosas investigaciones, que sin duda son hoy referencias obligadas a la hora de entender la naturaleza de aquel proceso político que tuvo lugar en la segunda mitad de la década de los sesenta. Tanto Garcés como Grimaldos, atendiendo a los datos recogidos en el curso de su trabajo, formularon la interpretación política e histórica que correspondía a aquellos acontecimientos.

BREVE BIOGRAFÍA DE UN AGENTE DEL ESPIONAJE MILITAR
Pero hasta el momento presente no se había contado -que sepamos- con el testimonio directo de aquellos quienes, desde un puesto en la intendencia de aquella operación, escribían el guión para los personajes de guiñol que aparecían ante la luz pública como protagonistas en el escenario de aquellos acontecimientos.
Ahora, desaparecido Adolfo Suárez y abdicado el Borbón, el enlace entre los Servicios Secretos Españoles, la CIA estadounidense y el BND alemán, un general del Ejército español, se ha decidido a hacer públicos los entresijos de la trastienda de la Transición. Se trata del general Manuel Fernández-Monzón Altolaguirre, adscrito a los mandos del Servicio de Inteligencia del Ejército español, que en un libro de reciente edición, titulado "El sueño de la transición. Los militares y los servicios de inteligencia que la hicieron posible", describe interesantes pormenores de aquella fraudulenta operación política.
El autor del libro, Fernández-Monzón Altolaguirre, es un jefe del Ejército cuyo perfil biográfico corresponde al arquetipo de las últimas generaciones de los militares de la dictadura, que no llegaron a participar en la Guerra Civil. Proveniente de una familia de militares que participaron en el golpe contra la República en 1936, Fernández-Monzón Altolaguirre ingresó en la Academia General Militar en el año 1950. De acuerdo con los datos que proporciona en su libro, a partir de entonces su carrera militar estuvo estrechamente vinculada a los Servicios de Inteligencia del Ejército español.
Como ocurrió con otros militares pertenecientes a esas áreas "sensibles" del Ejército de Franco, en 1962 Manuel Fernández fue enviado a los Estados Unidos,realizando -según consta en su currículum- "un curso" que le hizo permanecer en ese país durante un año en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Probablemente no por casualidad, a su vuelta a España fue destinado al Sáhara, y a partir de entonces a la Tercera Sección de Inteligencia del Alto Estado Mayor. En 1966 fue nombrado Secretario General del Servicio de Contraespionaje.
Con cometidos muy concretos, entre 1969-1970, el hoy general Fernández formó parte de un Servicio Internacional de Inteligencia con el que "operó" en la antigua Unión Soviética. Apenas un año después, bajo las órdenes del almirante Carrero Blanco, Fernández- Altolaguirre ingresó en el Servicio Central de Documentación de la Presidencia de Gobierno, conservando su destino en el Alto Estado Mayor. Después de pasar por otros cargos, en el año 1980 ascendió a teniente coronel y fue nombrado director del gabinete y portavoz del ministro de Defensa de la UCD, Agustín Rodríguez Sahagún.
A partir de 1988 fue nombrado Gobernador militar de Murcia y Cartagena, subdirector de la Escuela Superior del Ejército, jefe de la Escuela de Mandos Superiores, inspector jefe de la policía municipal de Madrid, con el Partido Popular. Finalmente, en el año 2001, bajo el gobierno de Aznar, realizó misiones de Inteligencia de la OTAN nada menos que en Pakistán y Afganistán.
Como podrá constatar el lector por estos datos biográficos, no se trata de un personaje de segunda fila en los Servicios de la Inteligencia militar española. Por el contrario, los puestos que ocupó en la jerarquía militar y el Espionaje le permitieron jugar un papel de primer orden durante los convulsos años que siguieron a la muerte de Franco.
Sin entrar en otras consideraciones, que posiblemente harían excesivamente extenso este artículo, nos hemos limitado a reproducir aquí unos pocos, pero significativos párrafos de la obra de Fernández-Monzón Altolaguirre, que permitirán a aquellos que sientan curiosidad por este período histórico interpretar algunas de las claves que facilitaron a las clases sociales hegemónicas hurtar a los españoles la posibilidad de decidir su futuro.

EL REY Y ADOLFO SUÁREZ FUERON MERAS COMPARSAS DE UN GUIÓN ELABORADO POR LA CIA
"Para entender la realidad de Suárez y de la Transición -escribe el general en su libro- hay que entender primero la preTransición. Y la película de la Transición, el rey y su presidente gobierno Adolfo Suárez, fueron los magníficos actores protagonistas, pero no fueron en absoluto ni autores del guión, ni los productores, ni los directores…".
"El guión se produjo, se diseñó, se elaboró y se concretó hasta el más mínimo detalle a partir del 27 de febrero de 1971, cuando visitó España el general Vernon Walters como embajador volante del presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. "Walters fue a ver a Franco y en esa entrevista, según él mismo relataría, le dijo que Nixon tenía mucho interés en saber qué opinaba Franco sobre el Mediterráneo. Franco se sonrió y le contestó: "Su presidente lo que quiere saber es qué va a pasar aquí después de que yo me muera".
El general Vernon Walters le contestó: -Sí, todo está atado y bien atado, según usted, pero nosotros no queremos que eso sea así porque el rey no podría reinar en un país con el régimen actual sin reformar".
"A partir de ese momento, Franco encargó al general Walters para que estableciera contacto, primero, con el general Díez Alegría,jefe del alto Estado Mayor, y a continuación con el almirante Carrero Blanco...".
"Y fue un grupo de militares, encuadrados en el Servicio Central de la Presidencia del Gobierno (SECED, el servicio secreto, para entendernos), los que diseñaron, elaboraron y concretaron, con la ayuda de la Secretaría de Estado norteamericana, de la CIA y del BND alemán, las siete operaciones en que consistió la pretransición, y que fueron el guión que luego se seguiría".
"El Ejército y el núcleo del régimen franquista, no sólo no constituyó un muro, sino que fue el origen de ese impulso al que llamamos pretransición".
"Cuando se habla de que Adolfo Suárez resistió el chantaje de la dictadura y el cerco de los generales, tal expresión puede ser válida si se refiere a los tenientes generales, que eran los oficiales que hicieron la guerra con Franco, pero esos no tenían nada que ver con nosotros".

CARRERO BLANCO HIZO POSIBLE QUE FELIPE GONZÁLEZ ENCABEZARA LA "OPOSICIÓN"
Según el general Monzón Altolaguirre, Felipe González era muy consciente de que Carrero Blanco había jugado un papel decisivo para que Willy Brandt aceptara al PSOE del interior como partido oficial en la Internacional Socialista, y no al PSOE histórico que encabezaba Llopis en el exterior.
"Esto es tan cierto -describe en el libro el general- que cuando yo se lo recordé a Felipe González el primer día que hablé con él, en un restaurante de la calle Santa Engracia, me dijo: "No se preocupen ustedes, que no olvidaremos nunca a Carrero Blanco. Soy perfectamente consciente de ello, de nuestra boca no saldrá jamás una crítica contra el almirante Carrero Blanco".
Y continúa diciendo el general:
"Y lo ha cumplido, curiosamente, entre tanta barbarie de "memoria histórica". Ha sido como si se respetara esa consigna. El contacto de Carrero con Gustav Heinemann, [ministro alemán], se debía a que ambos habían sido ministros de la presidencial al mismo tiempo, y como los alemanes son todos nacionalistas -dígase lo que se quiera, los democristianos, y los socialdemócratas son alemanes por encima de todo- cuando Carrero le insinuó que había que favorecer a los de dentro, los del sector renovado en el caso del PSOE, Heinemann se lo comentó a Willy Brandt. A mí esto me lo dijo el propio Carrero. Y Felipe González estaba al cabo de la calle, no sé si porque a él se lo diría Willy Brandt...".
El general Monzón Altolaguirre agrega cómo a la vuelta del Congreso de Suresnes, a Felipe González lo detienen en Sevilla, pero: "... el jefe superior de policía recibió la orden tajante de la presidencia del Gobierno de ponerlo en libertad inmediatamente. El jefe de policía sevillano, que estaba encantado de haber detenido al secretario general del PSOE clandestino, asombrado, lo tuvo que poner en libertad sin entender bien lo que estaba pasando. Aunque ya hacía un año que Carrero había muerto, González pudo viajar a Suresnes porque, a la ida, nadie le pidió el pasaporte, que tenía requisado, y a la vuelta sólo fue retenido unas horas".

Dibujo. Alambradas, siempre alambradas.
La CIA no dirigió la transición española

De Movimiento Político de Resistencia

Juan Manuel Olarieta

Las supuestas revelaciones del general Monzón, un antiguo miembro de los servicios de inteligencia de la época del fascismo, transmiten dos erróneas concepciones de la transición: que fue un cambio ficticio y, además, que se llevó a cabo bajo la batuta de la CIA. Esas concepciones son tan falsas como aquellas que equiparan la transición a una traición o a una transacción.
Para que haya una traición previamente tiene que haber una confianza, lo cual supone admitir que quienes así la consideran ahora anteriormente sostuvieron algún tipo de ilusiones con las organizaciones reformistas que participaron en ella, fundamentalmente el PCE. Se trata de aquellos a quienes el cambio les ha sabido a poco. Ellos querían más o querían algo distinto. ¿Una revolución acaso?

En lo que a mí personalmente me concierne jamás me sentí traicionado por el cambio que se produjo en los años setenta, con lo cual defiendo que -en efecto- existió un cambio. Tampoco me sentí defraudado por quienes lo llevaron a cabo, los fascistas, ni por aquellos, como el PCE, que colaboraron con los fascistas en dicho cambio. Por lo tanto, yo procuro no hablar de traición.

Tampoco hubo transacción alguna porque los reformistas no tenían nada que vender a cambio, sino sólo a sí mismos, su dignidad. Pero yo creo que carecían de ella. Sólo se prestaron al juego porque sin ellos, es decir, sin la parafernalia de partidos y colectivos, el fascismo hubiera seguido en blanco y negro y una “democracia” necesita color. En fin, los partidos reformistas se vendieron a sí mismos, se prestaron a dejarse utilizar en beneficio de los planes fascistas.

Además, el general Monzón pone en primer plano a Estados Unidos, a terceros países, con pleno desconocimiento de la naturaleza del imperialismo y, más en concreto, de su política exterior en los años setenta, es decir, en plena guerra fría, no sólo con respecto a España sino a otros países con los que se puede comparar, como Portugal, Chile o Italia, por ejemplo. Situados a ese nivel, la transición se hubiera debido analizar en relación con la posición del imperialismo respecto a la Revolución de los Claveles, el golpe de Estado en Chile o a las turbias acciones de Gladio en Italia.

Ese tipo de análisis se hubiera tenido que complementar con su simétrico, la política exterior española, para lo cual habría que haber entendido que el imperialismo no es esa pirámide que muchos imaginan en sus fantasías, que bajo el imperialismo no existe ni puede existir una sumisión a los dictados de cualquier potencia por grande que sea, ni siquiera en el caso de un país de segunda división en el tablero internacional, como es España.

Esa imagen piramidal que se suele vincular con cierta concepción de la “hegemonía” es errónea, incluso en aquella época de la guerra fría, incluso para el antecedente inmediato de la Unión Europea, que entonces se llamaba “Mercado Común”, e incluso para España. Si eso no está claro, es imposible aclarar que la transición fue -entre otras cosas- un giro de la política exterior española para sacudirse el peso de Estados Unidos y acercarse al “Mercado Común”, bien entendido que no se trataba sólo de incorporarse al mismo sino de asociarse a una política exterior diferente, propia de ciertos países de Europa, en la que España pudiera tener una mayor autonomía, para lo cual hay que tener en cuenta que entonces España no pertenecía a la OTAN, ni había firmado el Pacto de No Proliferación Nuclear (“armas de destrucción masiva”), ni había reconocido al Estado de Israel, por poner algunos ejemplos ilustrativos.

En todos los países del mundo, la política exterior está estrechamente asociada a la política militar, incluso físicamente, es decir, que son militares o, mejor dicho, un cierto tipo de militares, quienes la diseñan. En España ocurre lo mismo, con la salvedad de que aquí el franquismo destaca precisamente por el peso de los altos oficiales dentro del conjunto del aparato del Estado y de que la estúpida personalización que ha llevado a cabo la historiografía en la figura de Franco, contribuye también a distorsionar la política exterior del régimen.

El verdadero núcleo del franquismo y de los cambios introducidos por el franquismo no fue Franco, un general africanista del ejército de Tierra, sino Carrero Blanco, un almirante de la Armada. El ejecutor material del giro en la política exterior del franquismo fue uno de sus colaboradores: el bilbaíno Fernando Castiella, quien permaneció entre 1957 y 1969, doce años clave, al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores.

Cuando murió Castiella en la transición, el ministro de Asuntos Exteriores era otro vasco, Oreja Aguirre, quien en un discurso rindió homenaje a su predecesor, de quien pronunció dos frases para recordar. La primera es que “Gibraltar no era una obsesión de Castiella, Gibraltar fue para él, y lo es para nosotros, la clave de toda una concepción de la política exterior de España”. La segunda es aún más interesante: “El Estado español ha carecido de una auténtica política exterior en los dos últimos siglos de su historia [...] Castiella supone, precisamente, una de las pocas excepciones, un raro momento en el que se pretende planificar ordenadamente una actuación permanente”. En definitiva, Oreja Aguirre se declaró un continuador de la política exterior de su predecesor en el cargo, es decir, que también en lo que a la política exterior se refiere, la transición fue una continuación del franquismo. Pero no de cualquier política, sino de la que se puso en marcha en los años sesenta.

En aquella época, la referencia europea no era Alemania, como ahora, sino Francia y lo que Carrero pretendía para España es lo mismo que De Gaulle estaba llevando a cabo al otro lado de los Pirineos, en donde el ejército a pesar de pertenecer a la OTAN, quedaba fuera de su estructura militar y mantenía una política exterior alejada de Estados Unidos, para lo cual impuso la nuclearización del país, tanto militar como civil.

Es una obviedad recordar que la política exterior también está asociada a la interior, a la política sin más y, en el caso de Carrero, hay que insistir en que fue él quien creó los servicios de inteligencia fascistas, que son los mismos, e incluso las mismas personas, que siguen en la actualidad, incluído el general Monzón, ahora jubilado.

Es interesante que en sus memorias el general recuerde a otro general, Díez Alegría, que entonces estaba situado por encima de él en la cadena de mando y que también procedía de los servicios secretos militares. Pues bien, en aquella época el general Díez Alegría estaba considerado como el militar liberal (“aperturista”, se decía entonces) por antonomasia y hay que recordar que en 1974 fue depurado del ejército a causa de un viaje a Bucarest, es decir, al otro lado del Telón de Acero, para negociar la transición con Carrillo en nombre del franquismo.

Como consecuencia de aquel viaje, una parte del ejército, ligada a la CIA, presionó para depurarle del Alto Estado Mayor y marcar a los negociadores una línea roja que no se podía cruzar: el régimen nunca legalizaría al PCE.

Aparentemente el general Díez Alegría tiró la toalla. Dejó su puesto para que otro general de los servicios secretos militares, Gutiérrez Mellado, auténtico baluarte del gobierno de Suárez, siguiera la misma línea de cambios que la inteligencia militar tenía trazada desde los tiempos de Carrero Blanco, incluso en lo que a la legalización del PCE concierne.

Hubo varios factores que contribuyeron a ello y, por lo tanto, a que una parte del ejército se sintiera traicionada por dicha legalización, ya que les habían prometido que, en efecto, el PCE jamás sería legalizado, ya que para eso habían ganado la guerra civil que, en la retórica fascista, había sido una guerra contra el comunismo.

No es el momento ahora de exponer dichos factores, que están relacionados -sobre todo- con el hecho de que en aquella época el PCE ya era una piltrafa. Lo interesante es poner de manifiesto las divisiones internas del régimen que, en el caso de los militares, reflejaban la política de Estados Unidos respecto a España y a otros países: Estados Unidos siempre se opuso -desde un principio- a los cambios que el régimen fascista pretendió introducir para sucederse a sí mismo. Por lo tanto, la CIA no sólo no patrocinó la transición sino que se opuso frontalmente a ella, como se opuso a los cambios que se trataron de llevar a cabo en otros países en aquella misma época, especialmente en Portugal, Chile e Italia.

Esta oposición es lo que explica que en aquellos años se desencadenara la oleada de crímenes fascistas y la aparición de bandas parapoliciales del tipo de las que hoy se califican como “neonazis”. Entre otras cosas, la transición se caracteriza también por la aparición de grupos como la Triple A o los Guerrilleros de Cristo Rey que, en buena parte, procedían de terceros países, como Italia, en donde eran una prolongación de la OTAN. Su papel consistió en intimidar a las masas y sacarlas de la calle, impedir “la violencia” de tal manera que todo se pudiera manejar en los despachos, como les gusta a los servicios secretos.

Es un error concebir al franquismo como un régimen monolítico, sobre todo en su última etapa. Pero también es un error considerar que la CIA o Estados Unidos en su conjunto pudieran manejar los hilos de un país, por débil que sea, como si fuera una marioneta. Ahora bien, lo importante es tener en cuenta que si el franquismo no funcionaba como una unidad, ¿con qué parte del mismo se alineó la CIA?, ¿con los que querían cambiarlo? Si alguien piensa de esa manera no sólo no conoce lo que es el imperialismo, sino que tampoco conoce la España de la segunda mitad del siglo pasado.


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Citas del 14 y 15 de abril. E. Dune y Argala.
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Citas del 14 y 15 de abril

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