domingo, 18 de mayo de 2014

Todo atado y bien atado: ¿Qué pasó con los torturadores?. Un ejemplo entre miles...

Foto. Antonio Palomares.
Todo atado y bien atado

Una historia entre miles, la de un torturado y la de un torturador

Antonio Palomares

Antonio era hijo de un artesano zapatero comunista que, como tantos otros comunistas, tras el final de la guerra civil tuvo que huir a Francia, en donde Antonio trabajó como fresador.
Durante la ocupación nazi de Francia se incorporó a la IX Brigada de Guerrilleros Españoles y luego fue miembro de la dirección de las Juventudes Socialistas Unificadas en Francia. En 1956 el PCE le envió al interior de España para colaborar con Julián Grimau en su reorganización. Entre 1958 y 1960 fue dirigente del PCE en Canarias y luego ocupó la secretaría general de las Juventudes Comunistas de España.

Junto a otros 35 militantes fue detenido en 1968 y salvajemente torturado. Le dieron varias palizas salvajes. La policía le ató en lo que entonces los antifascistas llamaban
"el tostadero". Era un somier metálico conectado a la red eléctrica con el que la policía aplicaba descargas a los detenidos. A Palomares le aplicaron varias sesiones de ellas.
Luego para intimidar a los antifascistas la policía publicó en la prensa una foto de Palomares con el rostro desfigurado. Las torturas eran tan evidentes que la denuncia que presentó prosperó en los juzgados, aunque luego taparon el asunto por miedo a las repercusiones de un eventual juicio público. Todo quedó en nada.

A consecuencia de las torturas Palomares perdió dos centímetros de estatura, le tuvieron que soldar tres vértebras y le deformaron el diafragma hasta tal punto que se le cambió el ritmo respiratorio.
Tras su liberación la policía le amenazó con que lo podría atropellar un coche s
i no mantenía la boca cerrada.
Palomares murió en 2007. Sus familiares cuentan que después de 50 años en su agonía seguía traumatizado por las brutales torturas padecidas y deliraba a menudo:
"¡No me pegue, no me pegue!".

Foto. Manuel Ballesteros.
Uno de los torturadores de Palomares fue el comisario Manuel Ballesteros, entonces un policía adscrito a la Brigada Político-Social en Valencia que trataba de medrar bajo la burocracia fascista torturando a los detenidos.

Como consecuencia de las torturas a Palomares, el comisario fue apartado de su puesto momentáneamente a un segundo plano hasta que las aguas se calmaron. Otros detenidos que pasaron por las manos de Ballesteros relatan simulacros de ejecución, descargas eléctricas, costillas fracturadas, dedos rotos, vejaciones sexuales, asfixia inducida con una bolsa de plástico.
Con la transición no cambió nada. Lo mismo que a los demás criminales fascistas, los gobiernos de aquella época le premiaron como se merecía, nombrándole comisario jefe de la policía en Donosti y en 1979 le ascendieron a la jefatura de la Comisaría General de Información, por lo que participó en la muerte por torturas de Joseba Arregui en 1981.

Al año siguiente el PSOE le nombró Jefe de Operaciones Especiales y le situó al frente de la guerra sucia, donde se hizo famoso en noviembre de 1980 por uno de los más vergonzosos acontecimientos de los anales de la
"justicia" española, que no es más que un reflejo de la propia transición: el ametrallamiento del bar Hendayais de Hendaya el 23 de noviembre de 1980. La investigación confirmó que se trataba de un atentado del Batallón Vasco Español, donde murieron dos personas y otras diez resultaron gravemente heridas.
Aquel día tres confidentes de la policía española cruzaron la frontera saltándose el control y chocando con un vehículo estacionado. Luego se entregaron a la policía y pidieron llamar por teléfono. Uno de los confidentes marcó el número de teléfono en Madrid del conocido policía
Antonio González Pacheco, Billy el Niño, un subordinado de Ballesteros muy conocido como torturador durante el franquismo y la transición.
Inmediatamente los tres confidentes fueron liberados por orden de Ballesteros. Eran de nacionalidad francesa, aunque viajaban sin documentación en un vehículo con matrícula francesa falsa y formaban parte de un grupo de mercenarios de la época llamado Batallón Vasco Español que pocos minutos antes había asesinado en un bar de Hendaya a dos personas, un obrero
José Camio y un jubilado Jean Pierre Aramendi. Además hirieron a otras nueve. Uno de los heridos fue Jean Louis Huber, a quien alcanzaron en el estómago. Como consecuencia del atentado le tuvieron que operar 33 veces.
Nacía el
"caso Hendayais" que dio lugar a un largo proceso judicial que duró 14 años. Como todos los de las mismas características, acabó en nada. Hoy se conocen los hechos, pero no porque ninguna autoridad "democrática" los haya investigado.
Portada Constitución 1978. (águila fascista).

En paralelo al largo proceso judicial Ballesteros no fue ni condenado, ni depurado, ni apartado de sus funciones, sino que con el gobierno del PSOE le volvieron a ascender. Asumió la dirección de la policía política, denominada entonces Mando Unificado de la Lucha Contraterrorista. Los jefes del GAL, el ministro del Interior, José Barrionuevo, y su secretario de Estado para la Seguridad, Rafael Vera, le nombraron jefe de Operaciones Especiales y, más tarde, director del Gabinete de Información del Ministerio.
Ante el juez encargado del doble crimen, Ballesteros se negó incluso a proporcionar el nombre de los tres asesinos. Lo único que reconoció fue que el policía Billy el Niño había actuado de intermediario entre la policía española y los tres pistoleros. Además, dijo que Billy el Niño era el encargado de pagarles mensualmente 500.000 pesetas con cargo a los presupuestos del Ministerio del Interior.
En 1985 la Audiencia de San Sebastián condenó a Ballesteros a tres años de suspensión del cargo, pero el Tribunal Supremo absolvió al comisario alegando que actuó
"de buena fe", porque consideró que era más importante proteger a los asesinos que informar a los jueces. Como creen en dios, los fascistas siempre actúan de buena fe, lo cual se resume en la frase de Martín Villa, ministro del Interior en la transición: "Lo nuestro son errores, lo de los demás son crímenes".
Después del prolongado cachondeo judicial, Ballesteros volvió a ser acusado y de nuevo absuelto por el Tribunal Supremo en 1994. Al juicio acudieron a presionar al Tribunal Supremo 20 comisarios de policía, entre los que se encontraba Jesús Martínez Torres, su sucesor el frente de la policía política.

Ballesteros murió al año siguiente de Palomares, en 2008. El ABC y El País le elogian por su papel en la lucha antiterrorista y tapan todo lo demás. La policía quedó tal y como estaba con el franquismo: fuera de control. Es la ley del silencio y es la ley del punto final. Aquello de lo que no hablas no existe ni existirá jamás. Desaparecerá de los libros de historia.

1 comentario:

Julio Soto Angurel dijo...

Al final de todos los finales, ¿qué le pasó a Melitón Manzanas?