viernes, 3 de enero de 2014

Parias, pobres, sucios y enfermos. Por Juanma Olarieta.

Dibujo. Reparten migajas mientras se comen el mundo.
DENUNCIAS:
Parias, Pobres, Sucios y Enfermos

Juan Manuel Olarieta
en http://opiniondeclase.wordpress.com/

El progreso no es lineal. Todo avance comporta también un cierto retroceso. La humanidad necesita tiempo para asimilar las innovaciones técnicas, un tiempo que el capitalismo hoy no puede aceptar porque “el tiempo es oro”, o sea, dinero. Las inversiones en tecnología, que son cada vez más cuantiosas, hay que amortizarlas lo más rápidamente posible.
Por eso en la actualidad ciertos círculos ocultan los riesgos que comportan determinadas técnicas. Aunque esos círculos se presentan como adalides de la ciencia, del avance e incluso de la racionalidad, no son más que propagandistas del capitalismo. Por ejemplo, al cabo de los años ha quedado claro que su papel en el apoyo a técnicas novedosas, como la energía nuclear, ha sido ideológico: no defienden la ciencia sino los intereses del capital.
El peligro de las radiaciones está hoy reconocido unánimemente, pero ha costado décadas que los médicos y los científicos lo acepten, algo que se ha pagado muy caro en vidas humanas y en salud. Hablo de las radiaciones en general, pero muy especialmente si las radiaciones las aplican directamente en la cabeza, y mucho más cuando el irradiado es un niño.
Pero a algunos médicos siempre les ha gustado utilizar a sus enfermos como conejillos de Indias, antes y después del III Reich. Si no tenían a mano una cobaya con la que poder experimentar sus ocurrencias, se la buscaban, es decir, hacían pasar a una persona como enferma para poder utilizarla. Antes esto era una excepción; ahora se está convirtiendo en la norma.
Es lo que ocurrió con la tiña de la cabeza que afecta a los niños como consecuencia de la pobreza, la mala alimentación, el hacinamiento y las pésimas condiciones de vida. En el siglo XIX la tiña no tenía ningún interés médico. Los manuales académicos no consideraban que fuera una enfermedad, propiamente hablando. En el congreso de dermatología celebrado en Viena en 1892 sólo un médico se inscribió para discutir sobre la tiña. Los hospitales no admitían el ingreso de los tiñosos. Tampoco era necesario porque la mayor parte de las veces la tiña desaparecía sin necesidad de ningún tratamiento médico. A lo máximo los médicos recomendaban las normas básicas de higiene, tanto personal como de la vivienda, lo cual no siempre era posible para los más humildes.
A diferencia de la burguesía, las enfermedades sí entienden de clases sociales. Hay enfermedades, como la tiña, que los ricos no padecen nunca. Las enfermedades también nos hablan del imperialismo. Hay enfermedades, como la tiña, que son típicas del Tercer Mundo. Por ejemplo, en Madrid es muy difícil encontrar a un niño tiñoso, del orden de un 0,44 por ciento, normalmente inmigrantes. Pero en Nigeria se ha observado en un 78 por ciento de los niños varones. Las enfermedades también hablan de las diferentes condiciones de vida y trabajo en la ciudad y en el campo…
Es un problema político y social: lo que permite a los médicos experimentar con seres humanos es la pobreza y secuelas suyas, como el racismo. En los países capitalistas, pero sobre todo en Estados Unidos, los hospitales benéficos sirven para este propósito porque a ellos sólo van a parar los parias, los inmigrantes, los negros, los presos…
Para camuflar las secuelas del capitalismo, de la pobreza, del hambre y de las pésimas condiciones de vida, la burguesía presenta los problemas sociales como problemas técnicos que requieren soluciones igualmente técnicas, o médicas, o informáticas, o biológicas. Esa presentación se lleva a cabo con la apariencia de la ciencia y la medicina, y quienes se oponen a ella son señalados con el dedo acusador como enemigos de la ciencia, del progreso e incluso de la humanidad misma.
En el caso de la tiña, a mediados del siglo XIX el microscopio descubrió que en el cuero cabelludo aparecían hongos dermatofitos. La ciencia (el microscopio) demostraba que los críticos del capitalismo no tenían razón, que son gente muy anticuada. La culpa es de un bicho muy pequeño. Quien mata no es quien dispara, sino la bala.
Dibujo. La "justicia" apuñala a la Justicia.
Empezaban los tiempos de la caza de microbios de la que tanto provecho ha sacado la ideología burguesa, o sea, la “ciencia” moderna. No había que acabar con el capitalismo sino con las bacterias, los virus, los hongos y toda clase de bichos. Tampoco era concebible que una afección superficial e inocua como la tiña desapareciera por sí misma, sin la intervención salvadora de un médico, cuyo papel debía consistir, además, en matar al mensajero: al hongo.
Luego, en la primera mitad del siglo pasado llegó otro de esos famosos avances de la medicina moderna: las radiaciones ionizantes. Hacia 1910 se impuso el método Kienböck-Adamson en el tratamiento de la tiña, es decir, la radiactividad. A un episodio superficial se le dio el mismo tratamiento que al cáncer: la radioterapia. Para poder experimentar los médicos transformaron un problema estético en una enfermedad grave.
De ahí pasaron a encubrir las secuelas. Empezaron a decir que los resultados eran satisfactorios y que no observaban efectos secundarios en los niños. Si al cabo de los años, al llegar a la adolescencia, una persona sana moría, o aparecían tumores, o ataques epilépticos, no suponía ningún problema para ellos. Después de tanto tiempo incluso era posible que su muerte o el agravamiento de su estado no tuviera nada que ver con el hecho de que de niño le irradiaran en la cabeza.
En fin, era peor el remedio que la enfermedad, algo que los libros de medicina nunca estudian: la medicina como causa de la enfermedad.
Los pioneros en este tipo tratamiento, como el doctor Sabouraud en Francia, decían que quienes debían tener cuidado con las radiaciones no eran los enfermos sino los que manipulaban los aparatos de rayos X. Como los parias, los enfermos ocupan una posición secundaria. Siempre se han considerado como “pacientes”, o sea, personas que deben aceptar pasivamente lo que digan los entendidos.
Los cálculos dicen que hasta 1959 en todo el mundo unos 200.000 niños recibieron radiactividad como tratamiento contra la tiña de la cabeza. Es casi seguro que fueron muchos más porque desde 1945 la Unicef financió programas de irradiación infantil en todo el mundo. Es un escándalo médico mundial que en Israel, donde 6.000 niños murieron, ha sido calificado como “ringworm affair”. Pero es más de lo mismo: sólo irradiaban a los judíos sefarditas que llegaban a Israel procedentes del norte de África, o sea, a los parias.
Es una lástima que aquellos médicos no experimentaran consigo mismos, irradiándose en su propia cabeza. Nos hubieran convencido de que creían en lo que estaban haciendo.

Cuadro hecho en prisión. Cárcel de Soria. (abstracto, figuras con fusil, hoz y martillo ante futuro representado por colores).
Arte en prisión

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